DESASTRE DE CRÓNICA

Desconfiar es una actitud un poco agotadora, pero a veces no queda otra opción.

Antes de aquel viaje de 2005 apenas leía la prensa ni veía las noticias en televisión. Quizá sea por algún tipo de complejo pero las pocas veces que veía el telediario sentía que se reían de mí, que me estaban engañando y me llegaba a agarrar unos buenos cabreos. Recuerdo muchos ejemplos, pero había algunos especialmente sorprendentes que eran las noticias referentes a manifestaciones: dependiendo del canal que comentara la noticia la asistencia podía ser de 2 millones de personas o de 25 mil, y a mí se me quedaba cara de gilipollas.



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Después del viaje de 2005 confirmé que leer la prensa o ver las noticias sirve para pasar el rato si no tienes otra cosa mejor que hacer, pero no sirve para estar informado. La cantidad de barbaridades que sueltan los periodistas son descomunales e injustificables. Creo que Julio Verne contaba más verdades que ellos. Si yo en mi trabajo me equivocase tanto no duraría ni una semana.

Lo que me resulta curioso es que en general se escucha las noticias, se creen, y en algunos casos he presenciado discusiones en las que se defienden posturas con uñas y dientes justificadas porque ‘lo ha dicho la televisión’. ¡Madre mía del amor hermoso!

El caso más estrepitoso de equivocación, falsedad, mala fe, torpeza periodística, o lo que fuera, lo sufrimos en primera persona en ese viaje del año 2005. Mientras subíamos la Karakorum Highway en Pakistán, para disfrutar de los impresionantes valles del Himalaya nos sorprendió uno de los mayores terremotos registrados en esa zona de Asia.

Aquella mañana aún estábamos durmiendo en un hotelito de Abbottabad cuando todo empezó a agitarse como un sonajero. Después de un par de días de desconcierto decidimos regresar a la capital de Pakistán, Islamabad, y allí recibimos las llamadas de varios medios de comunicación que querían entrevistarnos. Una mañana atendí al teléfono a una persona que me hizo una serie de preguntas sobre nuestro viaje y lo que vivimos el día del terremoto y los posteriores.

Respondí a sus preguntas, él fue tomando notas, y quedó en llamarme por la tarde en cuanto tuviera el articulo redactado, para comentarlo conmigo. Cuando hablamos unas horas más tarde y me leyó el artículo por teléfono antes de publicarlo lo primero que le pregunté fue si él era la persona con la que yo había hablado por la mañana, y si él era quien había escrito el artículo. Respondió afirmativamente a ambas cuestiones, y me preguntó extrañado por qué le hacía aquellas preguntas.


Le respondí que si él y yo habíamos hablado unas horas antes, directamente, sin intermediarios, era imposible que él hubiera escrito aquello que me estaba leyendo porque no coincidía en absoluto con lo que yo le había contado.

Se excusó diciendo que seguramente me habría entendido mal y que iba a rehacer el texto y publicarlo enseguida. Así que fui corrigiendo su versión punto por punto mientras de nuevo él tomaba notas.

Dos o tres días más tarde leí su artículo definitivo a través de la página web del periódico con una sorpresa mayúscula al comprobar que de nuevo su historia era completamente diferente a la mía.

En cuanto pude le escribí un correo, al que por supuesto ni se molestó en responder, criticando seriamente el artículo y su actitud.

El 90% de lo que explicaba este artículo sobre nosotros, nuestro viaje y nuestra experiencia es falso. Si para escribir esta noticia, que no le importa un pimiento a nadie, se cuentan tantas mentiras con la intención, supongo, de hacerla más espectacular, ¿qué no harán con los temas importantes de verdad?


¡Más vale leer un libro! ;o)


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